lunes, 9 de junio de 2008

Turnos de trabajo y sus repercusiones en el organismo. (Senabre, Jaime)

Turnos de trabajo y sus repercusiones en el organismo.
Jaime Senabre. Psicólogo.

En los últimos años, ha surgido una especialidad de la psicopatología (Psicopatología Laboral) que se dedica al estudio de los trastornos que se desarrollan como consecuencia directa del desempeño de un trabajo, así como de las alteraciones que surgen debido a la ausencia del mismo, (Bronsky, 1996; Cabral, 1988; Fernández-Montalvo y Garrido, 1999).

En la sociedad actual, una gran parte del tiempo se invierte en la actividad laboral, constituyendo ésta una parte importante de nuestra propia identidad. Las condiciones en las que se desempeña un puesto de trabajo influyen de forma significativa en la salud mental del trabajador. La oportunidad de control, la adecuación entre las exigencias del puesto y las capacidades de la persona que lo desempeña, las relaciones interpersonales, el salario y la seguridad física son, entre otros, aspectos importantes que ejercen una gran influencia sobre el bienestar psicológico.

En la medida en que un empleo reúna estos elementos, podremos obtener el grado de satisfacción laboral y de salud mental de los trabajadores que lo defienden.
Uno de los aspectos más relevantes que pueden afectar a la salud del trabajador son los horarios de trabajo. 

El sistema de turnos afecta alrededor del 20% de la población laboral (Peiró, 1992). Este modelo de trabajo, frecuente en nuestra sociedad, presenta grandes inconvenientes, por ejemplo: el dormir de día no es lo mismo que dormir de noche; el organismo no adapta fácilmente sus ritmos biológicos a horarios irregulares o a un tiempo de organización cada vez más exigente.

Debemos tener en cuenta que la intensidad de las funciones fisiológicas varía a lo largo del día. Los máximos suelen coincidir con la luz del día y los mínimos con la noche. El nivel de glucemia y la presión sanguínea, la actividad del tiroides (glándula que controla la intensidad de la actividad metabólica celular), la temperatura corporal, la secreción de adrenalina y noradrenalina (homonas medulares que actúan como neurotransmisores) son variables sujetas a ritmos circadianos (ciclos cotidianos de la función corporal, con una periodicidad aproximada de 24 horas). Por ello, es aconsejable situar el horario laboral entre la salida y la puesta de sol, con el fin de hacer coincidir la actividad laboral con la actividad fisiológica.


Ahora bien, no hay que olvidar que la sociedad actual exige, sobre todo en algunas profesiones (p.e.: personal sanitario y de emergencias), ajustar el horario laboral a límites extremos, situándolo fuera de los tiempos fisiológicos aconsejados. Es entonces cuando la actividad laboral organizada por turnos puede tener repercusiones psicológicas de carácter negativo.

En los trabajos con un sistema de rotación por turnos, el organismo del trabajador se encuentra inmerso en un proceso continuo de cambio y de adaptación, lo que puede producir más problemas que si llevara un horario más convencional (p.e.: de lunes a viernes y de 8 a 15 horas).
El tiempo estimado que necesita un organismo para adaptarse a un cambio de turno es de 6 a 8 días, dependiendo de variables como: el horario y el tipo de trabajo, la familia, la personalidad del individuo, etc…

Existe cierta evidencia científica de que las personas que llevan un sistema de trabajo organizado por turnos ven o pueden ver afectada su salud mental de manera importante. Ejemplo de ello lo constituyen psicopatologías como: Trastornos del sueño, Síndrome de Fatiga Crónica, Estrés Laboral, Sintomatología Depresiva y Problemas Psicosociales.

El dolor: una aproximación. (Senabre, Jaime)

EL DOLOR: UNA APROXIMACIÓN.
Jaime Senabre. Psicólogo.

El ser humano tiene una gran capacidad de aguantar el sufrimiento y, en ocasiones, nos duele más el dolor ajeno que el propio dolor.
Vivimos instalados en el placer, aunque nacemos con el dolor que, de manera involuntaria, provocamos en nuestras madres al venir al mundo . Vivimos en una sociedad hedonista, en donde sólo se habla de placer, al parecer porque nos da miedo hablar del dolor. A veces, experimentamos dolor, pero con la finalidad de buscar placer; válganos como ejemplo el acudir todos los días a un gimnasio con la finalidad de conseguir un estado físico y mental más saludable. Para la consecución de ese objetivo, en muchas ocasiones, se precisa de un esfuerzo considerable, y por qué no decirlo, de episodios de dolor intrínsecos a dicha práctica.

Así pues, vivimos en una sociedad en la que:

- No se quiere hablar de dolor.
- Se evita el dolor y, si me lo permiten…
- Sólo se habla de placer.

Considero que la mente y el cuerpo van unidos incluso en el sufrimiento y el dolor. Eso no quiere decir que sea reticente a la dualidad cartesiana. A veces, cuando sufrimos mucho, el dolor se focaliza tanto físicamente que el dolor psíquico queda en un segundo término.

Es muy frecuente observar en las parejas unidas sentimentalmente que cuando muere un componente de la misma, a la otra que queda le suelen quedar muy pocas ganas de vivir. También, puede ocurrir que una enfermedad crónica separe más a una pareja que la propia muerte.
Por otro lado, a veces, lo irreparable acaba siendo un consuelo, de hecho, cuando hay una responsabilidad para con otros hijos, la muerte de uno de ellos no puede arruinar la de los otros, aunque es obvio que la muerte de un hijo es irremplazable.

A los seres humanos nos interesa e inquieta buscar la causa y el efecto, por ello, en muchas ocasiones, las personas tendemos a situar el consuelo en algo tan inteléctico como la justicia, algo que no se debería hacer, ya que si se traslada la culpa a un tercero, como la justicia, nos podemos cerrar la puerta a una adecuada elaboración del proceso de duelo. De ese modo, mientras se viva con la sensación interna de paz, relacionada con terceros, se estará situando el problema fuera de lo que uno puede hacer, y como mencionaba anteriormente, provoquemos otro problema de otra índole.

El duelo siempre lleva emparejado un sentimiento de culpa que puede desaparecer si se tiene la sensación de haber hecho todo lo posible. Lo importante en la elaboración del duelo es la realidad del problema, esto es, el “ha muerto”, más que el “cómo ha muerto”. La externalización del problema no ayuda a la elaboración del duelo, más bien lo aplaza, pudiendo generar esto un estado crónico de melancolía y tristeza difícilmente superable.

Al lado de un dolor intenso puede haber un sentimiento de venganza que destruye más al que lo tiene que al objeto del sentimiento de venganza. Decir, por ello, que la venganza no es buena consejera para aliviar el dolor.

Pero si hay algo que, a mi juicio, supera todos los modos y motivos de sufrimiento es la incertidumbre, de hecho considero que es lo que más puede hacer sufrir a los seres humanos, la duda intrínseca al concepto.

Una desaparición no es una situación declarada de duelo, puesto que la esperanza del encuentro siempre se mantiene. De ahí que se puedan distinguir tres fases en el estado emocional de las personas tras la desaparición de un ser querido:

1º. Impotencia ante la situación.
2º. Incertidumbre por la situación.
3º. Habituación a la situación.

La impotencia viene ocasionada por el hecho de que uno siente que ha perdido el control de la situación, en definitiva, de su vida; y que el destino del ser querido pasa a depender de la voluntad de un tercero, muchas veces desconocido. El sentimiento de inseguridad y vulnerabilidad experimentado y la falta de control, pueden amenazar la estabilidad emocional de los más allegados al desaparecido.
La incertidumbre por la situación, aunque generadora de dolor, también puede ser alimento de la esperanza de que se lleve a cabo el encuentro deseado de la víctima.
Tras la demora de posibles noticias alentadoras, puede aparecer un período de habituación a la situación, llegando incluso a decaer la intensidad del dolor producido, tanto por la impotencia como por la incertidumbre generada por la situación.

La escalada de dolor ante una desaparición experimentada por los familiares, podría recordarnos al Síndrome General de Adaptación de Selye, modelo tripartito explicativo del estrés basado en la respuesta (alarma, resistencia y agotamiento).

Cuando el episodio concluye, sea cual sea el final, bien un encuentro del desaparecido con vida o sin ella, se suele experimentar una sensación de “descanso”.

Si se tiene la certidumbre de un fallecimiento esperado (p.e. por enfermedad), el duelo comienza antes que en situaciones de muerte sorpresiva e inesperada. Por ello, no es conveniente buscar la culpa a sucesos que están en la naturaleza de la persona.

A veces, nos cuesta más, superar el haber visto o vivido el sufrimiento anterior a la muerte de algunas personas, que el propio hecho de la muerte en sí. Suele atormentarnos el hecho de pensar en lo que habrá tenido que sufrir el fallecido antes de morir. Por esto, en numerosas ocasiones, experimentamos más sufrimiento por los demás que por uno mismo. De hecho, uno puede hablar del sufrimiento de uno mismo y aparentar fortaleza e incluso felicidad; sin embargo, todo esto se derrumba cuando se trata de expresar el dolor que sentimos por los demás.

Según apuntan algunos estudios, puede heredarse la percepción del dolor, esto es, hay personas que sienten menos el dolor debido a su herencia genética o viceversa.

Llorar es necesario, igualmente que el saber estar triste. Debemos permitirnos a nosotros mismos y a los demás, espacios y momentos para el llanto y la tristeza, pues forman parte de nuestros estados emocionales.

Personalmente, considero que uno es feliz en la medida en que es capaz de vivir.

Ante el sufrimiento, los hombres reaccionan de dos formas, dependiendo del final del acontecimiento. Esto es:

§ Cuando hay solución: reacciona de forma activa, buscando soluciones.
§ Cuando no hay solución: se hunde o se marcha.

Los hombres tenemos la sensación de que podemos solucionarlo todo, pues continuamente nos esforzamos en mantener el control de nuestra vida. Cuando esta expectativa se trunca, el ser humano se hunde o huye.

El dolor no siempre tiene un componente negativo, a veces, puede ser positivo, en el sentido de que puede ser un buen predíctor de acontecimientos posteriores.

¡Qué infelices son los que sólo son felices riendo!. Pensemos que una cosa es la felicidad y otra es estar contento, la alegría. En cualquier caso, ambos estados están sujetos a constantes fluctuaciones.

En la vida hay que tener coraje. Ante las adversidades o incapacidades puede surgir una posibilidad de vida interior. Sería, por ello, más conveniente celebrar días en vez de años. La aceptación de la situación, no la resignación, puede constituir el principio para salir a flote.

Para situar esta reflexión en su recta final, decir que, todos somos fruto de nuestra historia, por lo que debemos ser responsables de la sociedad en la que vivimos. Nosotros somos capaces y podemos evitar el mal social del vecino, sin embargo hacemos vista ciega y oídos sordos a nuestro ecosistema.
La rabia hay que utilizarla para ir hacia delante, ya que si se mira sólo hacia atrás, es como ir en un coche sólo con espejos retrovisores, no se puede avanzar.

Los medios de comunicación juegan un papel importante en la transmisión de información a la sociedad, es por ello que deben de transmitir el dolor, puesto que es necesario, pero no deben hacer espectáculo de él, pues es innecesario y contraproducente.

Por último decir, que la vida está llena de tristezas y alegrías, en definitiva, de sentimientos.